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CUANDO LO EXTRAORDINARIO NO ES APRECIADO
El precio de innovar
No es inusual encontrar compañeros y
compañeras que, a pesar de ser excelentes trabajadores y
trabajadoras, no ven su labor apreciada, ni valorada, por sus
organizaciones. Y tampoco es extraño que esta cualidad excepcional
termine derivando en negativas consecuencias para sus protagonistas.
Acontecimientos recientes en la comunidad de foleros nos han puesto
cara a situaciones de este tipo.
Son muchos los adjetivos que recorren
el cerebro de quienes disfrutamos de esa excelencia. Buscamos poner
etiqueta al torrente de sensaciones y casi cuesta encontrar la
adecuada. En mi caso quedaron en “incongruente” e “inoportuno”.
Lo siento, hoy me invade un espíritu
más reflexivo que constructivo. Y la conclusión a la que llego es
que trabajamos en entidades anticuadas, burocráticas, poco alineadas
con el presente y enormemente inmovilistas.
He aquí la razón que, a mi entender, hace que lo extraordinario no sea apreciado: los comportamientos innovadores y participativos no van a entenderse en nuestra cultura burocrática. El problema no es la persona, ni el nombre que tenga el cargo, nisiquiera los logros (o fracasos) alcanzados. El quid está en una incorrecta visión del contexto en el que nos movemos.
El enfrentamiento de situaciones
cambiantes e inciertas requiere necesariamente de comportamientos
innovadores. Es obvio que en cada tipo de cultura y de empresa dichas
conductas van a adoptar un matiz diferente: sugerencias, soluciones
creativas, generación de redes, búsqueda de nuevos colaboradores,
actitud activa, participación en órganos de gestión,...
La presencia de un movimiento “autoemprendedor” es absolutamente imprescindible. Queremos hacer una nueva empresa desde la propia empresa. Sin que esta iniciativa termine derivando en frustración.
Gracias a quienes impulsan sus
actuaciones diarias con esta energia.
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