¿Lealtad, entrega, colaboración? ¿presión, ... miedo?
Much@s de nosotr@s hemos leído los
datos de la última EPA con cierto asombro: “España ha realizado
ciento ochenta y dos millones de horas extras no pagadas a lo largo
del año 2.015”. Es muy casual porque en estos momentos estoy
explicando a mi alumnado la elaboración de nóminas, justo después
de haber terminado la unidad sobre jornada de trabajo.
Ni os imagináis (bueno, seguro que sí)
el follón que suponen las horas extras a la hora del cálculo de una
nómina. Que si es una percepción salarial, que si no forma parte de
la base de cotización de contingencias comunes, que si se incluyen
en la base de cotización de contingencias profesionales y del total
devengado,... Varias clases calculando nóminas... y ahora voy y les
cuento a mis alumnos y alumnas, que no se pagan,... suena a chiste.
Los comentarios una vez explicada la noticia son: ¿Y cómo saben esto los periodistas? (Hay que poner en valor el trabajo de la gente del INE, por favor) ¿Quién se beneficia de esto? ¿Eso es legal? ¿Por qué las hace hace la gente?...
Y comienzan a cuestionar todo lo que
les he contado en estas unidades didácticas: pues nos dijiste que
existe un límite de 80 horas al año por trabajador@, y que deben
ser pagadas o compensadas con descansos, que son voluntarias (salvo
casos de fuerza mayor),... Y tienen toda la razón.
En el debate nos quedan claras las
razones que pudieran llevar a un empresario (un mal empresario, si se
me permite) a saltarse este tipo de normas. Pero la pregunta que
queda en el aire es ¿por qué lo hace la gente?
¿Qué nos lleva a hacer horas extras
sin cobrar? En un principio, desde una perspectiva “vocacional”,
vaya “de buen rollito”, podemos suponer que dichos
comportamientos son espontáneos, una especie de situación en la que
el trabajador/a empatiza con los problemas de la empresa y decide
realizar estas horas de forma voluntaria y gratuita.
Busquemos explicaciones:
Por ejemplo, nuestras horas extras
pueden ser una manera de demostrar nuestra lealtad a la empresa. Así,
las personas asumimos dentro de nuestras responsabilidades, la
protección de los intereses de la empresa, más allá de los propios.
Este pequeño sacrificio individual a corto plazo puede suponer la
supervivencia de la entidad. Claro, no esperamos nada a cambio,
“salvo” el hecho de que la empresa vuelva a la senda de los
beneficios y la tranquilidad.
O también podemos pensar que dicha prolongación de la jornada es una forma de colaborar con la empresa. Empleamos de forma altruista nuestro tiempo analizando nuevas soluciones, colaboraciones, sistemas de trabajo,... que consigan mejoras en los ratios de la empresa.
O simplemente, hacemos horas extras como forma de demostrar nuestra entrega a la empresa para la que trabajamos. Por las necesidades puntuales del momento, por echar un cable a otros compañeros o compañeras agobiados por una eventual sobrecarga de trabajo y/o porque entendemos que dicha entrega forma parte de los imprevistos de la profesión que estemos desarrollando.
Aunque tengo (y entiendo) todo estos argumentos, queremos poner sobre la mesa otras razones no “buenrollistas” con las que hay que tener cuidado en un futuro.
En este segundo sentido, este exceso de jornada no retribuida supone una forma de obediencia a las normas y/o procedimientos establecidos en la organización (normalmente de manera informal). Hacemos horas extras porque está bien visto entre los miembros de la misma. Cubrimos horas de forma meramente presencial, aunque no haya carga real de trabajo o tengamos que inventárnosla. En este caso, estamos hablando de una “presión” al ejercicio de estas actuaciones. Las empresas nos quieren hacer ver que esto terminará dando frutos. Revestirán de vocacional lo que no lo es.
También estas horas pueden venir justificadas por el miedo a los despidos u otras formas extremas de reacción por parte de la empresa. Por ejemplo, traslados imposibles de soportar, desplazamientos dentro de los límites legales pero que van a suponer una pérdida en nuestra calidad de vida, situaciones de incompatibilidad de la vida laboral y familiar, pérdida de responsabilidades y beneficios sociales,...
Podemos decir, que la primera batería de razones no tienen nada que ver con la segunda. En el primer caso, estamos hablando de "comportamientos de ciudadanía organizacional". Entendiendo por tal el conjunto de actuaciones voluntarias de los miembros de una organización en pro de la misma, que aun no siendo compensadas, permiten el logro de las metas tanto de la parte empresarial como de la parte trabajadora.
En el segundo grupo de razones, estamos desvirtuando la condición discrecional de las actuaciones de los empleados y empleadas, forzando las mismas.
El truco para comprender la línea que separa unas razones de otras es muy sencillo: si las horas extras no compensadas que estás haciendo implementan y combinan tus objetivos personales y profesionales con los objetivos de tu organización (aun en momentos distantes), son una cuestión vocacional que habrás elegido tú. Es decir, es un sacrificio actual que beneficia a un colectivo y que te reportará en el futuro una compensación de forma indirecta.
Si no se cumplen estas condiciones, NO HAGAS HORAS EXTRAS SIN COBRAR. Te restarán cotizaciones que después repercutirán sobre eventuales prestaciones, minarán tu moral, empeorarán tus posibilidades de promoción o reciclaje al no permitirte nuevas experiencias formativas, influirán negativamente sobre tu salud, impedirán nuevas contrataciones, esconderán las verdaderas deficiencias del negocio y de quienes lo gestionan,...
Por favor, si eres alumno o alumna de la Formación Profesional, haz respetar tus derechos (aunque solo sea por aquel profesor o aquella profesora que tanto tiempo dedicó a convencerte de tu potencial en el mercado laboral). Si vas a hacer horas extras sin cobrar piensa bien hasta qué punto es una decisión LIBRE.
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