viernes, 11 de septiembre de 2015



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CUANDO LO EXTRAORDINARIO NO ES APRECIADO

El precio de innovar


No es inusual encontrar compañeros y compañeras que, a pesar de ser excelentes trabajadores y trabajadoras, no ven su labor apreciada, ni valorada, por sus organizaciones. Y tampoco es extraño que esta cualidad excepcional termine derivando en negativas consecuencias para sus protagonistas. Acontecimientos recientes en la comunidad de foleros nos han puesto cara a situaciones de este tipo.

Son muchos los adjetivos que recorren el cerebro de quienes disfrutamos de esa excelencia. Buscamos poner etiqueta al torrente de sensaciones y casi cuesta encontrar la adecuada. En mi caso quedaron en “incongruente” e “inoportuno”.

Lo siento, hoy me invade un espíritu más reflexivo que constructivo. Y la conclusión a la que llego es que trabajamos en entidades anticuadas, burocráticas, poco alineadas con el presente y enormemente inmovilistas.

He aquí la razón que, a mi entender, hace que lo extraordinario no sea apreciado: los comportamientos innovadores y participativos no van a entenderse en nuestra cultura burocrática. El problema no es la persona, ni el nombre que tenga el cargo, nisiquiera los logros (o fracasos) alcanzados. El quid está en una incorrecta visión del contexto en el que nos movemos.

El enfrentamiento de situaciones cambiantes e inciertas requiere necesariamente de comportamientos innovadores. Es obvio que en cada tipo de cultura y de empresa dichas conductas van a adoptar un matiz diferente: sugerencias, soluciones creativas, generación de redes, búsqueda de nuevos colaboradores, actitud activa, participación en órganos de gestión,...

La presencia de un movimiento “autoemprendedor” es absolutamente imprescindible. Queremos hacer una nueva empresa desde la propia empresa. Sin que esta iniciativa termine derivando en frustración.



Gracias a quienes impulsan sus actuaciones diarias con esta energia.